Los inmigrantes dominicanos en el cibermundo
Voy a situar la inmigración de los dominicanos en los
Estados Unidos en esta era del cibermundo, sin dejar al margen a los que
residen en Europa, en el Caribe y otros
países, ya que esta reflexión los abarca a todos, porque la vida de esas
inmigraciones no fluye tan solo en espacios reales, sino también en los virtuales.
Pero haré énfasis en
la inmigración de los residente en Estados Unidos, dada mi experiencia como
inmigrante en la década de los ochenta del siglo pasado hacia ese país y la
cual guarda relación con mi familia, que
comenzó a emigrar desde la década de los 70 y 80 del siglo XX, para
establecerse en el estado de Nueva York,
para luego expandirse por todo el territorio norteamericano, juntos a todos mis
sobrinos y mi hijos que nacieron en esa ciudad, y que también son considerados inmigrantes dominicanos, aunque
nacieran en Estados Unidos.
Además de eso, en mi viaje por la región del Caribe y Europa
(principalmente en Puerto Rico y España), ha sido exigua la vivencia que he
tenido con los dominicanos residentes en esos países, que en su totalidad no
pasa del medio millón, cifra que está muy por debajo de los que se encuentran
en la Unión Americana, en donde hay unos
dos millones de dominicanos residiendo y los cuales se concentran en ciudades
como Nueva York, New Jersey, Florida, entre otras.
No obstante lo anterior, es bueno señalar que los
dominicanos residentes allende los
mares, siguen en este siglo XXI
aportando a la economía de la República Dominicana solo en remesas más de un 7 % del Producto Interno
Bruto, a pesar de la marginalidad y precariedad en que hoy se encuentra parte
de esa inmigración, y que ningún gobierno dominicano hasta este momento les ha
tomado en cuenta.
Los aportes de estos dominicanos también se encuentran en el
ámbito cultural y cibercultural (Estados
Unidos, Europa), porque tuvieron el privilegio de irrumpir de manera viral por
los confines del ciberespacio a mediado de la década de los noventa, cuando en
nuestro país apenas decenas de
dominicanos de los sectores de poder empezaban a navegar por ese espacio
virtual.
En esa década en la que llegué a vivir en los Estados
Unidos, trabajé y estudié en el mundo digital. Observé cómo a los dominicanos se les hacía más fácil el
adquirir equipos de computadoras e insertarse en el ciberespacio. La
experiencia de muchos de estos en el ámbito cibercultural les fueron
transmitidos a sus familiares en Dominicana, además de que les enviaban
dispositivos digitales y dinero para que estudiaran esos entornos digitales.
A más de dos décadas de que el dominicano
comenzara sus navegaciones por los vericuetos del ciberespacio, hoy se
ha forjado toda una cultura digital y para poder situarla en el ámbito social,
político y cultural, hay que vivirla, ser parte de esta. Más de un 60 % de los
dominicanos vive en ese cibermundo, son ciberdominicanos, no tienen frontera,
están en todos lados: Europa, Estados Unidos, El Caribe, Asia...
En este siglo XXI, el dominicano se ha ido construyendo en
forma hibrida en cuanto viven en espacio-tiempo reales y virtuales. Somos
ciberdominicanos sin fronteras que nos movemos en el cibermundo, caracterizado
por la innovación permanente en el plano de la tecnología y la comunicación
digital, con fuerte impacto social en el ámbito de la vida, lo que ha dado nueva forma de organización cibersocial y
cibercultural.
Por el hecho de estar hoy en un espacio-tiempo territorial
con otras personas, eso no significa que
vivamos juntos. Se puede estar en ese espacio-tiempo con otras personas. Sin
embargo, vivir junto con otras que fluyen en el ciberespacio del mundo digital
se ha estado dando en espacios virtuales, tal como les ha estado sucediendo a
la inmensa mayoría de los dominicanos que han emigrado para residir en otros
países donde se produce su escenario de dialogo, de encuentro y desencuentro
con sus familiares que viven en la sociedad dominicana.
Por eso hay que hablar de los ciberdominicanos, que son esos
sujetos que traspasan las fronteras de todos los países, que tienen el
ciberespacio como espacio de participación cultural, social, como flujo de la
dominicanidad.
Los ciberdominicanos se reconocen en el ciberespacio, viven
a cada instante reafirmando su condición de dominicanos, los que residen en los
espacios de países como España, Estados Unidos, Puerto Rico y otros, explayan en la redes sociales su vida, su
historia, recordando las vivencias
conectadas con el pueblo, el campo o la
ciudad en que nacieron o crecieron en el
espacio de la República Dominicana.
Cuando se sitúan las estadísticas de los sujetos
cibernéticos dominicanos que navegan por el ciberespacio, que viven en el
cibermundo a través del internet de las
cosas, siempre se hace en función de los dominicanos que vivimos en la República
Dominicana, sin contar con los casi tres millones de dominicanos residentes en
los Estados Unidos, América Latina y
Europa. Estos inmigrantes viven sumergidos en las navegaciones de los entornos
virtuales, dialogando y participando en redes sociales que tienen que ver con
su lengua-cultura-poder y sociedad.
Esos esfuerzo de los inmigrantes dominicanos por aportar,
ayudar a su país, no ha sido recíproco, porque los partidos políticos
tradicionales lo que han sabido es instrumentalizarlos en tiempos de campaña, a
sacarle provecho, no les han preocupado la condición de marginalidad y
exclusión social en que viven en esos países. En la última investigación
realizada por el Centro de Investigación Pew, se nos dice que de los 1.800
dominicanos que residen en los Estados Unidos (el 47% se concentra en la ciudad
de Nueva York), un 28% vive en la condición de marginalidad, en cuanto a
educación, ingresos y participación social. (Ver: http://www.pewhispanic.org/2015/09/15/hispanics-of-dominican-origin-in-the-united-states-2013/).
La preocupación intelectual sobre los dominicanos que
residen en los Estados Unidos viene desde muy lejos, desde la década de los
ochenta y noventa, en que su población
no lograba llegar al medio millón. Para esa época se suscitaron importante
debate entre intelectuales dominicanos sobre esta inmigración y su nuevo estilo
de vida social y cultural en Norteamérica y los efectos que acarrearía a la
sociedad dominicana.
El intelectual Silvio
Torres-Saillant, en El retorno de las yolas. Ensayos sobre la diáspora,
democracia y dominicanidad (1999) otorga un reconocimiento a los miles y miles
de dominicanos que han emigrado a hacia la sociedad Norteamericana. En ese texto Torres-Saillant comienza a
desmontar los diversos discursos políticos e ideológicos que sobre la diáspora
han construido muchos de nuestros intelectuales dominicanos. Con lucidez y
esfuerzo mental desarticula todos los planos conceptuales que se han edificado
de manera negativa hacia estos emigrantes que viven en los Estados Unidos.
Así vemos como el
ensayista Manuel Núñez en su texto El Ocaso de la nación dominicana (1990) dice
que la sociedad norteamericana
transfiere a los emigrantes dominicanos sus necesidades y sus modos de vida –hábitos
de consumo, integración legal e ilegal-, ya que sus destinos individuales se
fraguan en el suelo americano. Para poder sobrevivir tendrán que
americanizarse. Y el autor critica que
el emigrante dominicano rechace la transformación de su sociedad para amoldarse
a los ideales mediocres de una precaria prosperidad material en donde está
establecido.
En esa misma línea el escritor José Rafael Lantigua aborda
la temática de los emigrantes dominicanos en su texto La conjura del tiempo.
Memoria del hombre dominicano (1994). Ahí dice
que el dominican-york tiene, en su generalidad, una procedencia rural y,
en el caso de los citadinos, mayormente barrial. Aun en los casos en que estos
connacionales tienen una procedencia de mayor nivel social y cultural, en el
fondo son reos de malos hábitos de conducta, de desfases sociales agudos, de
dramas familiares que subyacen permanentemente en sus apremios vitales y de
formas de concebir y vivir la vida alejados de patrones morales y espirituales
bien fundamentados.
Contrario a estas ideas, el escritor y novelista Andrés L.
Mateo en su texto Al filo de la
dominicanidad (1996) reconoce la producción intelectual del dominicano en
los Estados Unidos. La colocó más allá
de toda epopeya económica, como si por hallarse en semejante situación, la
angustiosa reproducción de la vida material les castrara el espíritu.
Hoy, a más de dos décadas sobre estas reflexiones, con el drama de las zonas grises, de la
hipercorrupción, la mafia política , el hundimiento ético-jurídico que asfixia
la sociedad dominicana, muchas de esas ideas
sustentadas por estos intelectuales contra el inmigrante dominicanos en
los Estados Unidos son anacrónicas y no
merecen ser objeto de análisis en estos tiempos.
Sin embargo, en esta era del cibermundo, los dominicanos que
han emigrado a otros países al igual que los que viven en el país,
confluyen en la interrelación social y
digital, ya que el ciberespacio y las redes sociales les han colocado en una
horizontalidad cultural y cibercultural en que las distancias se desdibujan.
Más que nunca, los inmigrantes dominicanos en la era del
cibermundo se sienten más afianzados en
sus valores, los cuales los viven entre los entramados virtuales y reales.
Ellos comparten más que en otro tiempo con sus familiares de República Dominicana, gracias a los
entornos virtuales. El ciberespacio le ha facilitado y dado fluidez, a su vida,
cosa que no se da en espacio físico petrificado.
Hace más de 15 años cuando residía en Nueva York llegué a
escribir en mi columna Temas Ciberespaciales (suplemento Cultura del Siglo, del
desaparecido periódico El Siglo) sobre la emigración dominicana en la sociedad
americana y en alguno de esos artículos dije lo siguiente: (…) “muchos
intelectuales no entienden que el término de dominican york implica toda una
estrategia de poder que oculta toda responsabilidad sobre los males sociales
que nos aquejan como nación, y por tanto es una política de corte autoritario
que buscan un rostro virtual en donde recargar la culpa de dichos males
sociales que nos han aquejados desde que se comenzó a fraguar la nación
dominicana en los inicios del siglo XVII” (…)
Al mismo tiempo que enfatizaba: “Nuestras fallas históricas
siempre están en mirar los males de nuestra nación hacia afuera: Los haitianos,
el imperialismo yanqui, los dominican-york; nunca nos miramos hacia adentro,
hurgando en nuestras tradiciones sociales, en las formas en que se forjó
nuestro Estado moderno (1916-1924), de cómo han fracasado los proyectos
liberales, y han predominado la desorganización social, el autoritarismo.
Nuestro orden ha sido el desorden social, la falta de institucionalidad, los
cuales también han sido analizados por muchos intelectuales entre los que se
destacan Ramonina Brea, José Oviedo, Pedro Catrain, Diógenes Céspedes, los
hermanos Espinal, entre otros. Pero que nadie le ha hecho caso”. (Ver mi texto:
Hackers y filosofía de la ciberpolítica, 2012).
Publicado en el periódico digital : acento: com.do
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