La era del
cibermundo es vuelta y revuelta de lo híbrido,
de lo real y lo virtual del espacio y el ciberespacio, con entronización
en las
relaciones íntimas virtuales ante los sentimientos reales, de
convivencia mundana. En ese mundo digital viven los espectros virtuales que han ido
desplazando la vida real, haciendo de esta un simulacro, una ciber vida con
envoltura de musaraña existencial.
En estos días
que corren lo virtual se ha convertido en real y lo real en un mundo de
espejismo virtual. Esto es el resultado de la aceleración e instantaneidad, de
las premuras que caracterizan al cibermundo y
las navegaciones de los sujetos cibernéticos por los confines del
ciberespacio con o sin internet.
En ese
mundo virtual brotan diversas
expresiones estéticas, culturales y en relaciones complejas, en un actor-red (B.Latour), entres sujeto
cibernético y dispositivos tecnológicos, los cuales desencadenan la hibridez de
sucesos, en donde no necesariamente
cobra sentido una historia como sujeto
social en primer plano sino el propio objeto, reverenciado, mitificado en el mismo contexto de la relación lenguaje,
sujeto y discurso.
La esfumación
de la privacidad se ha ido perdiendo en el mundo cibernético y se ha colocado
en lo más profundo de la intimidad individual, porque los sentimientos
generales cobran su existencia en lo digital, en las redes sociales, que es el
escenario de los rostros, de las miradas
públicas. Aunque esas miradas apuntan
a una dislocación con lo real, por sentirse arrojadas al vacío y a la entrega, al lanzamiento y a la
pasión por lo virtual, que es el
escenario del amor cibernético o ciber amor.
Este ciber amor se pone de manifiesto con intensidad en la película Ella, escrita y dirigida
por Spike Jonze (2013, Ganadora de un Oscar y el Globo de Oro 2014), en donde
el sujeto cibernético (Joaquín Phoenix)
se encuentra postrado y
aposentado en una quebradiza relación de amor real, que culmina en rajadura
sentimental y en enamoramiento cibernético al mismo tiempo. Rajadura sentimental, que se evidencia al divorciarse de su esposa y revivir
algunas imágenes de ese pasado
amoroso y por el amor cibernético que
le producen las fascinantes y románticas
palabras emanadas del sistema operativo digital, llamado Samantha.
Esta relación
de actor-red cobra vida intensa, ya que este dispositivo
electrónico, una especie de Smarphone inteligente, dirige y organiza la vida de Joaquín, el cual asume que Samantha es parte de su
vida, y que su voz femenina virtual le seduce y le envuelve en una relación amorosa virtual que pareciese
real, hasta el punto que dicho
dispositivo electrónico ( en voz de la actriz Scarlet Johansson) se desparrama en orgasmo de palabras sobre el
cuerpo de Joaquín, que ha comenzado a vivir el ciber sexo, la soledad, la
crisis de afectos y la desgarradura
existencial.
Entre el
silencio y la soledad, Joaquín va entendiendo que los signos con que se
relaciona con Samantha no son los signos
de rotación del poeta Octavio Paz, sino los signos de 0 y 1, del Ser
digital, de Negroponte. Va comprendiendo como su vida se vuelve lastimera, en la
medida en que Samantha como dispositivo inteligente le confiesa que sus amigos
suman las cantidad de 8,360 sujetos
cibernéticos y que sus encuentros de intimidades rondan los 641 sujetos,
los cuales se mueven entre los
enmudecidos entornos virtuales en los
que el propio Joaquín ha convivido.
Esta
confesión de Samantha le produce vértigo, sensación de vacío, como si la ciber vida
que llevaba fuera el único sentido de vivir, no se percataba de su vida en
tiempo real, de recocerse en una ética de la comprensión y el autoconocimiento
de que su vida forma “dos universos, el
online y offline”, en donde cada uno de estos tiene “un contenido propio y unas
reglas de actuación propias” como lo aborda
el filósofo Zygmunt Bauman.
Como sujeto
cibernético no comprendió que el ciber amor cuando se queda en lo virtual ahonda
la nostalgia, agrieta el alma, agota el tiempo, empotra la mirada entre los
espacios virtuales de las palabras, que se hinchan como agujero negro en el
ciberespacio. Lo que no significa que el amor, que tiene como principio la
fusión entre los cuerpos, el compromiso y la negociación para la continuidad de
las relaciones, no se convierta en desgarradura cuando cesan los encuentros,
los gestos y las miradas de los cuerpos.
A diferencia del amor, el ciber amor se queda en el plano del
ciberespacio y no deja huella en el cuerpo, solo vestigios de un discurso que
el tiempo de la instantaneidad y el aceleramiento fulminan.
No comprendiendo que en el escenario de actor red, tal como apunta Edgar Morin,
la maquina viviente se auto organiza, se
reproduce y auto produce. En cambio, la máquina artificial, no. Esta se
organiza desde el exterior y ha sido
concebida y construida por los humanos.