lunes, 4 de abril de 2016


Los inmigrantes dominicanos en el cibermundo

Voy a situar la inmigración de los dominicanos en los Estados Unidos en esta era del cibermundo, sin dejar al margen a los que residen en Europa, en el Caribe  y otros países, ya que esta reflexión los abarca a todos, porque la vida de esas inmigraciones no fluye tan solo en espacios reales, sino también  en los virtuales.
Pero haré  énfasis en la inmigración de los residente en Estados Unidos, dada mi experiencia como inmigrante en la década de los ochenta del siglo pasado hacia ese país y la cual guarda relación con  mi familia, que comenzó a emigrar desde la década de los 70 y 80 del siglo XX, para establecerse en el estado de  Nueva York, para luego expandirse por todo el territorio norteamericano, juntos a todos mis sobrinos y mi hijos que nacieron en esa ciudad, y que también son  considerados inmigrantes dominicanos, aunque nacieran en Estados Unidos.
Además de eso, en mi viaje por la región del Caribe y Europa (principalmente en Puerto Rico y España), ha sido exigua la vivencia que he tenido con los dominicanos residentes en esos países, que en su totalidad no pasa del medio millón, cifra que está muy por debajo de los que se encuentran en  la Unión Americana, en donde hay unos dos millones de dominicanos residiendo y los cuales se concentran en ciudades como Nueva York, New Jersey, Florida, entre otras.
No obstante lo anterior, es bueno señalar que los dominicanos residentes allende  los mares, siguen en este siglo XXI  aportando a la economía de la República Dominicana solo en  remesas más de un 7 % del Producto Interno Bruto, a pesar de la marginalidad y precariedad en que hoy se encuentra parte de esa inmigración, y que ningún gobierno dominicano hasta este momento les ha tomado en cuenta. 
Los aportes de estos dominicanos también se encuentran en el ámbito cultural y cibercultural  (Estados Unidos, Europa), porque tuvieron el privilegio de irrumpir de manera viral por los confines del ciberespacio a mediado de la década de los noventa, cuando en nuestro país  apenas decenas de dominicanos de los sectores de poder empezaban a navegar por ese espacio virtual.
En esa década en la que llegué a vivir en los Estados Unidos, trabajé y estudié en el mundo digital. Observé cómo  a los dominicanos se les hacía más fácil el adquirir equipos de computadoras e insertarse en el ciberespacio. La experiencia de muchos de estos en el ámbito cibercultural les fueron transmitidos a sus familiares en Dominicana, además de que les enviaban dispositivos digitales y dinero para que estudiaran esos entornos digitales. 
   A más de dos décadas de que  el dominicano  comenzara sus navegaciones por los vericuetos del ciberespacio, hoy se ha forjado toda una cultura digital y para poder situarla en el ámbito social, político y cultural, hay que vivirla, ser parte de esta. Más de un 60 % de los dominicanos vive en ese cibermundo, son ciberdominicanos, no tienen frontera, están en todos lados: Europa, Estados Unidos, El Caribe,  Asia...
En este siglo XXI, el dominicano se ha ido construyendo en forma hibrida en cuanto viven en espacio-tiempo reales y virtuales. Somos ciberdominicanos sin fronteras que nos movemos en el cibermundo, caracterizado por la innovación permanente en el plano de la tecnología y la comunicación digital, con fuerte impacto social en el ámbito de la vida, lo que ha dado  nueva forma de organización cibersocial y cibercultural.
Por el hecho de estar hoy en un espacio-tiempo territorial con otras personas, eso  no significa que vivamos juntos. Se puede estar en ese espacio-tiempo con otras personas. Sin embargo, vivir junto con otras que fluyen en el ciberespacio del mundo digital se ha estado dando en espacios virtuales, tal como les ha estado sucediendo a la inmensa mayoría de los dominicanos que han emigrado para residir en otros países donde se produce su escenario de dialogo, de encuentro y desencuentro con sus familiares que viven en la sociedad dominicana. 
Por eso hay que hablar de los ciberdominicanos, que son esos sujetos que traspasan las fronteras de todos los países, que tienen el ciberespacio como espacio de participación cultural, social, como flujo de la dominicanidad. 
Los ciberdominicanos se reconocen en el ciberespacio, viven a cada instante reafirmando su condición de dominicanos, los que residen en los espacios de países como España, Estados Unidos, Puerto Rico y otros,  explayan en la redes sociales su vida, su historia, recordando  las vivencias conectadas con el pueblo, el campo o  la ciudad en que  nacieron o crecieron en el espacio de la República Dominicana. 
Cuando se sitúan las estadísticas de los sujetos cibernéticos dominicanos que navegan por el ciberespacio, que viven en el cibermundo  a través del internet de las cosas, siempre se hace en función de los dominicanos que vivimos en la República Dominicana, sin contar con los casi tres millones de dominicanos residentes en los  Estados Unidos, América Latina y Europa. Estos inmigrantes viven sumergidos en las navegaciones de los entornos virtuales, dialogando y participando en redes sociales que tienen que ver con su lengua-cultura-poder y sociedad.
Esos esfuerzo de los inmigrantes dominicanos por aportar, ayudar a su país, no ha sido recíproco, porque los partidos políticos tradicionales lo que han sabido es instrumentalizarlos en tiempos de campaña, a sacarle provecho, no les han preocupado la condición de marginalidad y exclusión social en que viven en esos países. En la última investigación realizada por el Centro de Investigación Pew, se nos dice que de los 1.800 dominicanos que residen en los Estados Unidos (el 47% se concentra en la ciudad de Nueva York), un 28% vive en la condición de marginalidad, en cuanto a educación, ingresos y participación social. (Ver: http://www.pewhispanic.org/2015/09/15/hispanics-of-dominican-origin-in-the-united-states-2013/).

La preocupación intelectual sobre los dominicanos que residen en los Estados Unidos viene desde muy lejos, desde la década de los ochenta y  noventa, en que su población no lograba llegar al medio millón. Para esa época se suscitaron importante debate entre intelectuales dominicanos sobre esta inmigración y su nuevo estilo de vida social y cultural en Norteamérica y los efectos que acarrearía a la sociedad dominicana.  
 El intelectual Silvio Torres-Saillant, en El retorno de las yolas. Ensayos sobre la diáspora, democracia y dominicanidad (1999) otorga un reconocimiento a los miles y miles de dominicanos que han emigrado a hacia la sociedad Norteamericana.  En ese texto Torres-Saillant comienza a desmontar los diversos discursos políticos e ideológicos que sobre la diáspora han construido muchos de nuestros intelectuales dominicanos. Con lucidez y esfuerzo mental desarticula todos los planos conceptuales que se han edificado de manera negativa hacia estos emigrantes que viven en los Estados Unidos.
 Así vemos como el ensayista Manuel Núñez en su  texto  El Ocaso de la nación dominicana (1990) dice que  la sociedad norteamericana transfiere a los emigrantes dominicanos sus necesidades y sus modos de vida –hábitos de consumo, integración legal e ilegal-, ya que sus destinos individuales se fraguan en el suelo americano. Para poder sobrevivir tendrán que americanizarse.  Y el autor critica que el emigrante dominicano rechace la transformación de su sociedad para amoldarse a los ideales mediocres de una precaria prosperidad material en donde está establecido. 
En esa misma línea el escritor José Rafael Lantigua aborda la temática de los emigrantes dominicanos en su texto La conjura del tiempo. Memoria del hombre dominicano (1994). Ahí dice  que el dominican-york tiene, en su generalidad, una procedencia rural y, en el caso de los citadinos, mayormente barrial. Aun en los casos en que estos connacionales tienen una procedencia de mayor nivel social y cultural, en el fondo son reos de malos hábitos de conducta, de desfases sociales agudos, de dramas familiares que subyacen permanentemente en sus apremios vitales y de formas de concebir y vivir la vida alejados de patrones morales y espirituales bien fundamentados.  
Contrario a estas ideas, el escritor y novelista Andrés L. Mateo  en su texto Al filo de la dominicanidad (1996)  reconoce  la producción intelectual del dominicano en los Estados Unidos. La colocó  más allá de toda epopeya económica, como si por hallarse en semejante situación, la angustiosa reproducción de la vida material les castrara el espíritu.
Hoy, a más de dos décadas sobre estas reflexiones,  con el drama de las zonas grises, de la hipercorrupción, la mafia política , el hundimiento ético-jurídico que asfixia la sociedad dominicana, muchas de esas ideas  sustentadas por estos intelectuales contra el inmigrante dominicanos en los Estados Unidos  son anacrónicas y no merecen ser objeto de análisis en estos tiempos.
Sin embargo, en esta era del cibermundo, los dominicanos que han emigrado a otros países al igual que los que viven en el país, confluyen  en la interrelación social y digital, ya que el ciberespacio y las redes sociales les han colocado en una horizontalidad cultural y cibercultural en que las distancias se desdibujan.
Más que nunca, los inmigrantes dominicanos en la era del cibermundo  se sienten más afianzados en sus valores, los cuales los viven entre los entramados virtuales y reales. Ellos comparten más que en otro tiempo con sus familiares  de República Dominicana, gracias a los entornos virtuales. El ciberespacio le ha facilitado y dado fluidez, a su vida, cosa que no se da en espacio físico petrificado.
Hace más de 15 años cuando residía en Nueva York llegué a escribir en mi columna Temas Ciberespaciales (suplemento Cultura del Siglo, del desaparecido periódico El Siglo) sobre la emigración dominicana en la sociedad americana y en alguno de esos artículos dije lo siguiente: (…) “muchos intelectuales no entienden que el término de dominican york implica toda una estrategia de poder que oculta toda responsabilidad sobre los males sociales que nos aquejan como nación, y por tanto es una política de corte autoritario que buscan un rostro virtual en donde recargar la culpa de dichos males sociales que nos han aquejados desde que se comenzó a fraguar la nación dominicana en los inicios del siglo XVII” (…)
Al mismo tiempo que enfatizaba: “Nuestras fallas históricas siempre están en mirar los males de nuestra nación hacia afuera: Los haitianos, el imperialismo yanqui, los dominican-york; nunca nos miramos hacia adentro, hurgando en nuestras tradiciones sociales, en las formas en que se forjó nuestro Estado moderno (1916-1924), de cómo han fracasado los proyectos liberales, y han predominado la desorganización social, el autoritarismo. Nuestro orden ha sido el desorden social, la falta de institucionalidad, los cuales también han sido analizados por muchos intelectuales entre los que se destacan Ramonina Brea, José Oviedo, Pedro Catrain, Diógenes Céspedes, los hermanos Espinal, entre otros. Pero que nadie le ha hecho caso”. (Ver mi texto: Hackers y filosofía de la ciberpolítica, 2012). 
Publicado en el periódico digital : acento: com.do