viernes, 23 de enero de 2015

Los entramados del ciberamor





La era del cibermundo  es vuelta y revuelta de lo híbrido, de lo real y lo virtual del espacio y el ciberespacio, con entronización en  las  relaciones íntimas virtuales ante los sentimientos reales, de convivencia  mundana.  En ese mundo digital  viven los espectros virtuales que han ido desplazando la vida real, haciendo de esta un simulacro, una ciber vida con envoltura de musaraña  existencial.
En estos días que corren lo virtual se ha convertido en real y lo real en un mundo de espejismo virtual. Esto es el resultado de la aceleración e instantaneidad, de las premuras que caracterizan al cibermundo y  las navegaciones de los sujetos cibernéticos por los confines del ciberespacio con o sin internet.
En ese mundo  virtual brotan diversas expresiones estéticas, culturales y en relaciones complejas, en un actor-red (B.Latour), entres sujeto cibernético y dispositivos tecnológicos, los cuales desencadenan la hibridez de sucesos, en  donde no necesariamente cobra sentido una historia como  sujeto social  en primer plano  sino el propio objeto, reverenciado, mitificado  en el mismo contexto de la relación lenguaje, sujeto y discurso.
La esfumación de la privacidad se ha ido perdiendo en el mundo cibernético y se ha colocado en lo más profundo de la intimidad individual, porque los sentimientos generales cobran su existencia en lo digital, en las redes sociales, que es el escenario de los rostros, de  las miradas públicas.  Aunque esas miradas  apuntan  a una dislocación con lo real, por sentirse arrojadas al vacío y  a la entrega, al lanzamiento y  a la  pasión  por lo virtual, que es el escenario del amor cibernético o ciber amor.
 Este ciber amor se pone de  manifiesto con intensidad en  la película Ella, escrita y dirigida por Spike Jonze (2013, Ganadora de un Oscar y el Globo de Oro 2014), en donde el sujeto cibernético (Joaquín Phoenix)  se encuentra postrado  y aposentado en una quebradiza relación de amor real, que culmina en rajadura sentimental y en enamoramiento cibernético al mismo tiempo.  Rajadura sentimental, que se evidencia  al divorciarse de su esposa y revivir algunas  imágenes de ese pasado amoroso   y por el amor cibernético que le producen  las fascinantes y románticas palabras emanadas del sistema operativo digital, llamado Samantha.
Esta relación de actor-red  cobra vida intensa, ya que este dispositivo electrónico, una especie de Smarphone inteligente, dirige  y organiza la vida de Joaquín,  el cual asume que Samantha es parte de su vida, y que su voz femenina virtual le seduce y le envuelve  en una relación amorosa virtual que pareciese real, hasta el punto que  dicho dispositivo electrónico ( en voz de la actriz Scarlet Johansson)  se desparrama en orgasmo de palabras sobre el cuerpo de Joaquín, que ha comenzado a vivir el ciber sexo, la soledad, la crisis de afectos y  la desgarradura existencial.
Entre el silencio y la soledad, Joaquín va entendiendo que los signos con que se relaciona con Samantha no son  los signos de rotación del poeta Octavio Paz, sino los signos de 0 y  1, del Ser digital, de Negroponte.  Va comprendiendo  como su vida se vuelve lastimera, en la medida en que Samantha como dispositivo inteligente le confiesa que sus amigos suman las cantidad de  8,360 sujetos cibernéticos y que sus encuentros de intimidades  rondan los 641  sujetos,  los cuales se mueven  entre los enmudecidos entornos virtuales  en los que el propio  Joaquín ha convivido.
Esta confesión de Samantha le produce vértigo, sensación de vacío, como si la ciber vida que llevaba fuera el único sentido de vivir, no se percataba de su vida en tiempo real, de recocerse en una ética de la comprensión y el autoconocimiento de que  su vida forma “dos universos, el online y offline”, en donde cada uno de estos tiene “un contenido propio y unas reglas de actuación propias” como lo aborda  el filósofo Zygmunt  Bauman.
Como sujeto cibernético no comprendió que el ciber amor cuando se queda en lo virtual ahonda la nostalgia, agrieta el alma, agota el tiempo, empotra la mirada entre los espacios virtuales de las palabras, que se hinchan como agujero negro en el ciberespacio. Lo que no significa que el amor, que tiene como principio la fusión entre los cuerpos, el compromiso y la negociación para la continuidad de las relaciones, no se convierta en desgarradura cuando cesan los encuentros, los gestos y las miradas de los cuerpos.  A diferencia del amor, el ciber amor se queda en el plano del ciberespacio y no deja huella en el cuerpo, solo vestigios de un discurso que el tiempo de la instantaneidad y el aceleramiento fulminan.
 No comprendiendo que en el escenario de actor red, tal como apunta Edgar Morin, la maquina viviente  se auto organiza, se reproduce y auto produce. En cambio, la máquina artificial, no. Esta se organiza desde el exterior  y ha sido concebida y construida por los humanos.